Por Leticia Ortega O.
Hace unos días una amiga me contó que el primer periódico de publicación diaria británico fue creado en 1702 por una mujer: Elizabeth Mallet. Pero si ustedes tratan de buscar información sobre la Historia del periódico, Elizabeth no sale nombrada en ninguna cronología. Afortunadamente sabemos de ella porque el Oxford Dictionary of National Biography la nombra y le da su justo lugar en dicha Historia. Entonces me puse a pensar en la invisibilidad del aporte femenino a la Historia (esa que se escribe con mayúscula) y a la formación del alma de los pueblos. Y me di cuenta que a diario las mujeres estamos escribiendo historias que luego suman a las Historias y de igual forma seguimos invisibles. Les contaré un ejemplo, cotidiano, vivido en carne propia: cuando salió el primer libro de Harry Potter y un ejemplar llegó a mis manos, vi el nombre del autor: J. K. Rowling. Y ya. No pasó nada. Recuerdo que cuando me enteré que J.K. era una mujer mi primera reacción fue de sorpresa… luego mi mente racional me dijo: “Bueno ¿y por qué no?” (¡Imagínense, yo como feminista no debería estarme asombrando por eso!).
Hace poco vi una película sobre la vida de Joanne K. Rowling donde su primer editor le informaba la decisión (estratégica) de colocar su nombre solo con las iniciales, porque si las personas se daban cuenta que era una mujer, no iban a comprar el libro. ¡Y funcionó! Y eso es solo un ejemplo cotidiano y superficial de algo que es realmente mucho más profundo. No es mi idea hacer aquí un juicio de valor sobre la decisión de Joanne, en lo absoluto. La respeto profundamente. Mi idea es ir más allá de esa anécdota, es hacerles ver lo invisibles que somos las mujeres en lo cotidiano, porque pienso que es algo que debemos cambiar.
La filóloga feminista Teresa Menea (búsquenla, es divertidísima de escuchar) dice que ella detesta las bibliografías. Y las detesta porque está plagada de apellidos e iniciales. Ella dice que cuando una lee una bibliografía, allí todos parecen hombres. Entonces yo me puse a comparar y me di cuenta que no es lo mismo “Carosio, A.” que “Carosio, Alba” o “Segato, R.” que “Segato, Rita”. ¿Se dan cuenta? ¡Hasta en algo tan sutil estamos invisibilizadas! y no es porque eso lo inventaron unos hombres malos que nos quieren invisibilizar ¡no! Sucede porque así es como estamos ya todas y todos condicionados… a poner primero la autoría de cualquier cosa, por default, en los hombres, porque desde la escuela nos enseñaron que lo masculino es neutro y por lo tanto nos representa a toda la humanidad. Pero no es así, lo masculino solo representa a lo masculino… y yo me pregunto ¿y qué vamos a hacer al respecto? Para iniciar, yo ya decidí que no escribo más iniciales en mis bibliografías.