Por César Andrea Pérez
Los ciclos económicos y financieros son episodios donde la actividad económica experimenta períodos temporales de crecimiento y decrecimiento (es un sube y baja de la economía).
Por intervalos cortos y no tan cortos la historia económica de finales del siglo XX y lo transcurrido del XXI ha visto varios ciclos de las economías. Por ejemplo, América Latina a mediados de los 90 fue protagonista con la crisis mexicana de diciembre de 1994; el sureste asiático a mediados de 1997 presenció una crisis financiera que se extendió por varios países de esta subregión, afectando posteriormente a Rusia. De igual forma, se han visto crisis de balanza de pagos (Brasil en 1998) e hiperinflaciones desbordadas (Argentina, 1991; Venezuela, 2017) y la gran crisis financiera de los Estados Unidos en 2008 que afectó al mundo entero.
Todos estos hechos han tenido efectos directos en términos de bienestar social en las poblaciones, especialmente trabajadores asalariados formales e informales y sectores más vulnerables. Al contrario, grandes y medianas empresas, bancos, entre otros, han sentido el cobijo de los gobiernos y bancos centrales mediante la inyección de toneladas de dinero, como se evidenció en la crisis financiera del año 2008.
En tal contexto, la crisis que estamos evidenciando con la propagación del COVID-19, es calificada por organismos internacionales como una crisis sin precedentes, pues la actividad económica se ve interrumpida puesto que la gente deja de trabajar para reducir el riesgo de contagio, produciendo un shock de demanda, shock financiero y shock de oferta, lo que dificulta “pronosticar la magnitud exacta de la recesión que se avecina”.
Por su parte, la Comisión Económica para América Latina (Cepal) señaló la necesidad de la integración regional como una opción para encarar la crisis a través de la creación de redes de producción, diversificar proveedores en términos de países y empresas, y enfatizar ubicaciones cercanas a los mercados de consumo.
Asimismo, señala el organismo, que luego de superar la crisis, habrá una economía mundial regionalizada con tres polos: Europa, América del Norte y Asia. En tal contexto, aconseja no seguir dependiendo de los Estados Unidos en un momento en que ese país no está en modo cooperación, sino más bien unir esfuerzos entre los 650 millones de latinoamericanos para hacer frente a las perturbaciones externas, viabilizar nuevas industrias, y “promover redes de producción y de investigación tecnológica entre países y subregiones”.
Dado el contexto de economía de guerra, agregaríamos la necesidad de profundizar políticas fiscales activas con fuerte orientación hacia la inversión pública, con el fin de incentivar la demanda agregada interna.
Es necesario el financiamiento proveniente de la banca internacional de desarrollo, y vincular estos recursos hacia grandes proyectos de transformación de la matriz productiva de las economías de la región.